TURISMO RURAL. CASA LARRIERO DE OLSÓN

lunes, 21 de julio de 2014

Olsón a mediados del siglo XX. Memorias de la Maestra Teresa Sanmartí


Hoy rescato del olvido un bello y emotivo texto que me ha sido enviado vía email (muchas gracias) escrito por una maestra que estuvo en Olsón a mediados del siglo XX, en dos cursos, comenzando el año 1949. El texto fue escrito unos 14 años después de su llegada a Olsón

La Maestra en cuestión era religiosa, creyente, y su actuación estuvo muy condicionada por ello. Independientemente de que uno sea creyente o no, de que esté de acuerdo o no con las actividades de la maestra, es indudable que el escrito tiene para Olsón un interés histórico de primera magnitud. El que lea el texto comprobará que la felicidad poco tiene que ver con el dinero.

El texto original está mecanografiado y es acompañado por varios dibujos y tres fotografías. A continuación el escrito de TERESA SANMARTÍ, maestra que fue de Olsón.

OLSÓN (HUESCA)

LA ESCUELA COMO CENTRO ESPIRITUAL DE SUS HABITANTES.

Escuela Mixta – dos cursos.

 

POR TERESA SANMARTÍ

Olsón es un pueblecito situado en la provincia de Huesca, partido judicial de Boltaña, a dos horas de la carretera de Barbastro a Boltaña, con caminos vecinales que en algunas ocasiones están borrados y convertidos en senderos o caminos de cabras.

Vivían en el pueblo, por aquel entonces, año 1949, unos 50 o 60 habitantes, repartidos en 10 o 12 casas que, aunque diseminadas estaban agrupadas formando 5 o 6 barrios.

Recuerdo perfectamente mi primer viaje y la enorme ilusión con que me dirigí a mi destino. Salí a las ocho de la mañana de Barcelona en el tren de Correo. Llegué a Barbastro a las cinco o las seis de la tarde. Pernocté allí y al día siguiente, de buena mañana, con el coche de línea que se dirigía a Jaca, me apeé en el Mesón de Ligüerri. Dos caballerías me esperaban: un burrito gris y trotón (a lo Platero) para mí y otro más concienzudo para el equipaje. Después de dos horas de andar monótono y cansino, llegué al pueblo.

No había por aquel entonces comodidad alguna en el pueblo; además de no tener carretera, carecía también de luz y agua, dos cosas tan importantes que parece que no podamos vivir sin ellas.

En invierno, a las cinco, era ya de noche. ¡Cuán largas eran las noches invernales! Cuando oscurecía, a la luz del candil no se podía trabajar, ni leer ni escribir, me sentaba al lado del fuego, un fuego enorme que desprendía también gran cantidad de humo y me distraía tocando tonadillas con la armónica. Muy pronto, y casi a oscuras, a la simplísima luz del candil, iba a dormir. Como hacía mucho frío había muchas mantas en la cama, pero las mantas, así como las sábanas, eran tejidas e hiladas por las mujeres de allí, pesaban mucho, tanto que a las seis de la mañana no podía dormir de tan cansada. Al percibir el primer rumor en la cocina me levantaba y … ¡A escribir cartas, a ponerme en contacto con mi mundo! …

A pesar de todos los inconvenientes que representaba para mí la falta de carretera, luz y agua, me incorporé a mi tarea con gran ilusión. Quizás precisamente por ser un cambio tan brusco en mi vida, lo acepté con alegría y con deseos enormes de hacer, hacer y hacer y………… realmente hice.

Los moradores se prestaban a ello. Eran gentes sencillísimas, buenas, limpias; con esa limpieza de su manera de ser, limpieza en la que no hay sombra de bajeza ni doblez. Todo lo relacionado con sus vidas y costumbres me chocaba: iban a lavar al río, transportaban el agua con cuatro cántaros por caballería, amasaban el pan cada quince días (a mí, como me gustaba tierno, los que amasaban me regalaban uno pequeñito, para mi consumo diario)

Estaba la escuela en una plazuela. El aspecto exterior del edificio era deprimente. No obstante la sala dedicada a escuela, a clase, era amplia, llena de ventanas grades en las cuatro paredes. Todo el material se componía de cuatro mesas cuadradas capaces para 32 alumnos y una estufa en el centro de la clase.

La matrícula la integraban 10 o 12 alumnos entre niños y niñas, cuyas edades oscilaban entre los 6 y los 12 años. Todos ellos buenos y cariñosos, serviciales e inocentes, acostumbrados a la vida dura y de sacrificio. Todos ellos contentos y satisfechos con su joven Maestra.

Fue nuestro primer afán el de embellecer la escuela: blanqueamos las paredes y pintamos las mesas, llenamos de flores las ventanas y colocamos macetas en el centro de las mesas y algunos frisos hechos por los mismos niños y colocados con gracia dieron una nota simpática y agradable a nuestra escuelita. Y ya entonces………. ¡A trabajar! Todos deseaban hacerlo, pero los niños tenían demasiadas ocupaciones: ayudaban en las tareas del campo, llevaban la comida a sus padres, apacentaban a los corderitos pequeños que no iban aún con el pastor, precisamente por ser muy pequeños. Pero yo me amoldé a ellos.

Todas las mañanas, antes de venir a la escuela, los pequeños habían llevado ya el almuerzo a sus padres, sacando luego a la plazuela, cada uno de ellos, los animalitos (ovejas y cabras) que debían ir a pacer. Un pastor, contratado por todos los habitantes del pueblo, recogía las ovejitas de todas las casas, que le entregaban los niños, y se iba al campo donde permanecía todo el día, hasta el anochecer, momento en que volvían de nuevo los pequeños a recoger cada cual sus ovejas. Luego, después de haber entregado las ovejas al pastor, podían asistir a la escuela. No obstante, cuando era tiempo de trabajo fuerte, los mayorcitos no asistían; pasaban todo el día entre los quehaceres del campo. Por este motivo, y a causa de los poquísimos alumnos, la enseñanza se daba casi de manera individual, con adaptación completa y total de la Maestra a las necesidades de la escuela y alumnos.

Pronto todo el pueblo se interesó por la escuela y por lo que allí se realizaba, pronto sintieron todos curiosidad por averiguar la causa de la alegría y felicidad que reinaba en ella y se estableció una corriente de simpatía entre pueblo, escuela y Maestra. Fue la Escuela no como un canal por donde pasaban y discurrían las enseñanzas, orientaciones y formación, sino más bien como una concha desbordante que quedándose llena podía dar y daba a los demás.

Y ya desde entonces celebramos y conmemoramos en común, escuela y pueblo, pueblo y escuela, los momentos más solemnes del año: Mes de Mayo, Primera Comunión, Cuaresma y Semana Santa y, finalmente, la “Ronda” de los niños, en honor de los mayores y la cooperación de todos para el bien de la escuela.   

Organizamos varias veladas recreativas, montamos un escenario en la misma escuela (era lo suficientemente amplia) con cuévanos, tablones, sábanas y cubrecamas, y en él mostraron los niños al pueblo todas sus actividades: cantos rítmicos de Llongueras, escenificaciones de poesías y la representación del coro, bastante afinado, con que contaba la escuela…

La iglesia estaba situada en un montículo desde el cual se divisaban los distintos “barrios” que integraban el pueblecito, a pesar de estar lejos y escondidos. Junto a ella estaba el pequeño cementerio que apenas se abría; tenía unas hierbas tan enormes que impresionaban.

El sacerdote encargado de aquella parroquia tenía a su cuidado 20 pueblos, por cuyo motivo solamente podíamos oír Misa cada 4 o 5 domingos. Cada domingo repartía el horario de las Misas de manera distinta, a fin de que no siempre tocase madrugar a los mismos, por cuyo motivo cada uno de estos cinco domingos la Misa la celebraba a las 5 de la mañana. Naturalmente, en invierno aún era noche oscura y se necesitaba una fe muy grande y muy buena voluntad para no dejar de asistir a ella.

Pedí al sacerdote dejase al Señor entre nosotros, a fin de poder tener compañía y consuelo en el pueblo (el Sagrario permanecía vacío) Me comprometí a no dejar nunca apagar la luz de la lámpara y a llevar a pequeños y mayores a visitar al Santísimo y así quedó el Señor entre nosotros durante el tiempo de mi presencia. El pueblo se alegró con este acontecimiento y andaba siempre con deseos de llevar el aceite para la lámpara.

Había en el altar escasas velas cuando teníamos Misa, por cuyo motivo, los niños y yo, con la cera virgen (allí había mucha miel) derretida al sol y trabajada, fabricábamos las velas para la iglesia. Las velas eran completamente amarillas como la cera y con un intenso olor a miel, pero era lo único que teníamos.

Durante el mes de mayo, un domingo, de buena mañana, de madrugada, los mozos iban a cantar por las puertas de las casa, “la despierta”, cantos que previamente habían ensayado conmigo, para rezar, poco después, el Rosario de la Aurora, recorriendo los distintos “barrios” y caseríos del pueblo. Confeccionamos farolillos de vistosos colores y un pendón hecho provisionalmente con la estampa de la Virgen de la escuela. Como siempre y a todos los actos que organizaba, acudió todo el pueblo. Las puertas de las casas permanecían cerradas hasta nuestro regreso. Mientras tanto, el pueblo entero se llenaba de cantos y gozos, con la sensación especial que dan las cosas nuevas que se hacen con ilusión.

NAVIDAD. Las fiestas de Navidad procuré ambientarlas ya desde días anteriores. Fui preparando primero a mis niños para que ellos transmitieses sus ansias a los mayores y realmente lo hicieron bien, muy bien. Nunca habían visto ningún Belén. Pedí las figurillas de mi casa y monté un espléndido Belén, y digo espléndido porque no faltó musgo ni montañas (lo más difícil de encontrar en la ciudad). Fue como la plasmación del mismo pueblo sobre una mesita. Los niños estaban encantados y los mayores, en cuanto lo vieron, no cesaban en sus admiraciones. Quedaban extrañadísimos en ver las “güellas” (ovejas) tan pequeñas y “os zagals” (los zagales) con sus rebaños. Todos los domingos, antes de Navidad, pasaban por la escuela por la tarde para ver el Belén y cuando me marché de vacaciones quedó montado y a disposición para celebrar los días navideños con cantos y alegría. Un domingo por la tarde organicé la Fiesta de Navidad, que consistió en la escenificación de un trozo evangélico: La Anunciación, la posada de Belén, el Nacimiento… y finalmente la adoración de los pastores con los consiguientes cantos de villancicos y recitación de poesías. Naturalmente asistía el pueblo entero: hombres y mujeres, niños y niñas, mozos y mozas.

SEMANA SANTA. CUARESMA. También la escuela fue el centro en los días Santos y en la Cuaresma. Para que todos viviesen la tragedia del Calvario, me pareció oportuno el invitarles a rezar, cada día al anochecer, el Vía Crucis en la misma iglesia. Y así, con la aprobación de todos, se rezó y cantó diariamente el Vía Crucis. Al anochecer, con algunos pequeños, de los que por serlo tanto hacían estorbo en casa, me subía al “tozal” donde está la iglesia. ¡Qué hermoso era todo en abril!. Todo mi ser se llenaba de intensa paz al contemplar el campo tan bello en aquella época. Subía al campanario y tocaba las campanas a toque de aviso. Al oírlo, toda la gente se ponía en movimiento. Los hombres en el campo recogían sus aperos, las mujeres preparaban la cena y el pastor recogía su rebaño para devolver las ovejuelas a los pequeños pastores. Las distancias donde se encontraban los que trabajaban eran largas, pero como yo desde lo alto divisaba bien sus movimientos, sabía cuándo iba a hacer sonar las campanas para el segundo aviso, lo cual sucedía exactamente cuando veía llegar al pastor a la plaza. Entonces los niños llevaban corriendo a sus ovejitas a los corrales y con sus padres y madres empezaban a subir a la iglesia. Mientras tanto, ya había anochecido y para alumbrarse llevaban como unas antorchas confeccionadas con unas hierbas especiales fuertemente atadas. Era un espectáculo realmente impresionante el contemplar, desde lo alto de la iglesia, como a manera de pequeños gusanos de luz, a todo un pueblo que iba apareciendo por los distintos caminos en busca de Dios. Allí, realmente, estaba Él. Allí y en cada una de las almas de aquellas buenísimas gentes. Cuando habían llegado todos, y luego de percatarse de que no faltaba nadie, hacía sonar por última vez las campanas y el Vía Crucis era rezado con unción de todos. Cantábamos las estaciones y al finalizar cantábamos también el Credo. Luego, charlando y comentando los acontecimientos del día, volvíamos a nuestras casas.

Los días de Semana Santa, como me había dicho el Sr. Cura que no podía subir ningún día, me quedé con ellos y no me vine a Barcelona. Montamos entre todos un espléndido Monumento (con el Santísimo en el Sagrario, naturalmente) con gran profusión de luces y los días Santos, subimos todos a la iglesia donde les leí el Evangelio de la Pasión, cada día de un evangelista distinto. Esto, al parecer sin importancia, les hacía sentirse como si realmente hubiesen tenido ya conmemoración de Semana Santa. El sábado de Gloria, con todos mis muchachitos, subimos al campanario e hicimos voltear las campanas con tanto empeño que hasta en los pueblos vecinos se percataron que en Olsón pasaba algo. No, no pasaba nada, simplemente celebrábamos la Resurrección de Cristo.

En verdad es hermoso, muy hermoso, hacer las cosas para que los demás se sientan felices. Creo que si muchos religiosos: sacerdotes y religiosas lo comprendiesen así, no estarían aquellos pueblos tan abandonados. ¡Tenemos tanto por misionar en España!

Ya, durante los últimos tiempos que estuve allí, pensé (¡había tanto tiempo para pensar!) que debía hacer algo para proveer la escuela de material, y con los niños ensayamos varios cuentos regionales (nos gustaba mucho cantar) y luego pusimos letra con música de jota a unas tonadas dedicadas a cada uno de los “barrios” o caseríos del pueblo. Una vez bien ensayado todo, nos fuimos a recorrer el pueblo. Llevamos con nosotros algunos cestos y para acompañar nuestras canciones: panderetas, castañuelas, algunas esquilas del ganado y una guitarra. Nos deteníamos frente a cada “barrio” y entonábamos primero un canto regional y luego la jota a ellos dedicada; precisamente en este momento se me ocurre alguna:

En el barrio de la Fuente

les venimos a cantar

la escuela no tiene mapas

no podemos estudiar

no podemos estudiar

la escuela no tiene mapas

 

Señor Alcalde Mayor

por primera autoridad

le venimos a cantar

por si nos quiere ayudar

por si nos quiere ayudar

le venimos a cantar.

 

Toda la gente salía a escucharnos y después nos obsequiaban con lo que tenían comestible, naturalmente, porque dinero no tenían; y así andando por el pueblo llegamos a recoger bastantes cosas: huevos, patatas, patas de cerdo, tocino, alguna botifarra, vino etc. etc. Luego, el domingo, al salir de Misa, aquél día la tuvimos, y ante todo el pueblo, hicimos una subasta de lo recolectado y sacamos un total de 300 pesetas que, sea dicho de paso, nos pareció mucho y nos vino de perlas. Compré muchas cosas (eso de muchas es un decir) que faltaban en la escuela y … al cabo de pocos días recibí una carta del Sr. Gobernador de Huesca (que se había enterado de nuestra ronda, so sé cómo) felicitándome y mandando para la escuela un lote de material. No recuerdo bien ahora lo que había, pero creo que entre otras cosas había una pizarra, mapas, material para la enseñanza del Sistema Métrico, libros de consulta para el Maestro y bastantes libros para iniciar una Biblioteca Escolar.

Durante el invierno, como las gentes no andaban cansadas, daba, después de cenar, clases a los mayores. Venían a recogerme y me acompañaban nuevamente.

Hacía allí un frío intensísimo y nevaba muchas veces. En la Escuela estábamos calentitos. No es que hubiese mucha leña, no había ninguna. Cada día, cada uno de los niños venía a la escuela con un par o tres de maderas para quemar por la mañana y otras tantas por la tarde. Teniendo en cuenta los pocos niños que eran, teníamos solamente la suficiente. Los días que nevaba y los siguientes en que los caminos permanecían helados, me acompañaban a clase montada en un burro para que no resbalase.

Así, entre el cariño de todos, transcurrieron aquellos dos primeros cursos de mi vida profesional. Es un periodo que nunca olvidaré y creo yo el mejor. En cuanto a la satisfacción que produce la labor realizada y el deber cumplido, creo que en ninguna parte ya podré sentirla tan intensamente.

 

sábado, 19 de julio de 2014

Compraventa de derechos sobre un molino en Morillo de Monclús



Casa Mur de Aluján, vista parcial
En el Año 1846 Juan Antonio Pocino y Tomasa Ballarín, cónyuges, vecinos de Murillo de Monclús, vendieron a D. Joaquín Mur, propietario y vecino de Muro de Roda, aldea de Aluján, los derechos que poseían sobre el molino harinero llamado de Buetas, sito en los términos del mismo Murillo, en la partida de Trabacar. El molino era propiedad de diez socios y fue comprado el derecho perteneciente a uno de ellos, pagando Joaquín Mur 520 reales de vellón. El documento de compraventa fue realizado en el Santuario del Santo Cristo, término de Lascolladas, el 18-1-1846, siendo testigos José Pardina, labrador, vecino de Murillo de Monclús, y Francisco Carrera, residente en la villa de Campo. Actuó como notario Pedro Aventín, vecino de Monzón.

Justificación documental: Archivo Histórico de Casa Mur de Aluján (IMG 1892-1893)

viernes, 11 de julio de 2014

El monte de Abizanda


 
Abizanda es un pueblo del Sobrarbe meridional. Se localiza al pie nororiental de la sierra de Arbe, en la margen derecha del Cinca, a dos kilómetros al oeste de dicho río. Desde la lejanía destaca la silueta de la emblemática torre del siglo XI, la cual da a este núcleo de población un toque de distinción y elegancia, bien visible desde muchos puntos de la comarca. Buena parte de las casas se sitúan en una ladera orientada hacia el norte, algo sorprendente y raro puesto que lo habitual en otros pueblos es que estén mirando hacia el sur. La razón de esta singularidad estriba en que Abizanda fue creado con una finalidad defensiva y las viviendas se edificaron en las proximidades del recinto fortificado.

En la actualidad el Municipio de Abizanda lo componen los antiguos lugares de Abizanda (y aldeas), Escanilla, Lamata y Ligüerre de Cinca. Todo lo que voy a escribir hace referencia única y exclusivamente a Abizanda y sus aldeas.

El monte de Abizanda limita al norte con tierras de los lugares de Olsón, Lamata y Escanilla; al suroeste y sur con Naval y Mipanas, y al este con el río Cinca (Puy de Cinca, La Penilla y Clamosa).

Desde un punto de vista geológico, Abizanda se localiza en el Pirineo, en las sierras exteriores oscenses. Dominan ampliamente las rocas del Período Terciario y Época Eoceno. Hay estratos generados en distintos ambientes sedimentarios: marinos, transición de marino a continental y continentales. Las rocas marinas y de transición están en la zona oriental y al S. del núcleo de Abizanda, predominando las calizas blancas y las margas azuladas; en ellas hay fósiles, siendo algunos de ellos muy interesantes y únicos. La geología se hace algo complicada al S. del pueblo. Hacia el O. se localizan los estratos de origen continental, existiendo alternancia de lutitas, areniscas y conglomerados, siendo las calizas "chacustres" anecdóticas. Los estratos no son uniformes y varían lateralmente en espesor y composición, llegándose a ver bien los antiguos canales principales del río que los generó. Sobre los materiales del Eoceno continental aparecen, discordantes, los conglomerados del Oligoceno que son consecuencia de la elevación y erosión parcial del Pirineo, y del depósito de gravas a partir de ríos con una cierta energía, procedentes del norte. Durante el Cuaternario se ha ido modelando el relieve gracias a los agentes geológicos externos, principalmente el agua. Debido a la acción de los ríos se formaron las terrazas fluviales, habiendo una de ellas a más de 670 metros de altitud, en el paraje denominado El Plano. Las rocas actuales son consecuencia de millones de años de actividad geológica. En el presente esta actividad sigue, pero lo hace a un ritmo muy lento que no es perceptible por los humanos.

El monte de Abizanda presenta dos zonas bien diferenciadas, estando el pueblo en medio de ellas. Hacia el suroeste se encuentra la sierra, poblada principalmente de pinos, sabinas, enebros, romeros y aliagas; se caracteriza por tener un relieve accidentado y abarrancado, culminando en el alto de La Trinidad a poco más de 1000 metros de altitud. Hacia el este del pueblo, en la zona oriental del monte, abundan los campos cultivados con múltiples aterrazamientos; las tierras de cultivo se ven interrumpidas por cerros y barrancos que incrementan la variedad y diversidad paisajística. Los accidentes geográficos, unidos a las diferencias de altitud y al embalse de El Grado originan pequeños microclimas que son importantes desde un punto de vista agrícola.

 

La orientación de las laderas provoca variaciones en la vegetación ocasionando que los robles y pinos silvestres sean abundantes en las vertientes que dan hacia el norte, y los pinos carrascos y encinas sean típicos en las pendientes soleadas. Así mismo, la litología también condiciona las especies vegetales, existiendo distintos tipos de plantas en función de la naturaleza de la roca.

En líneas generales el terreno no está excesivamente erosionado. Las cicatrices erosivas se hallan habitualmente relacionadas con las laderas de fuerte pendiente, independientemente de su orientación. El tipo de litología también incide en la mayor o menor erosión.

Los suelos son mayoritariamente pedregosos, variando mucho su calidad de unos puntos a otros. Es un terreno apropiado para el arbolado y el viñedo, pero malo para el cereal puesto que la tierra pedregosa retiene mal el agua cerca de la superficie y la almacena en profundidad.

El clima es de tipo mediterráneo-continental. La precipitación media anual ronda los 750 mm. Se trata de una cantidad que sería ideal si se repartiera equitativamente y de manera proporcional a lo largo del año, pero esto no ocurre puesto que el régimen pluviométrico es muy irregular; hay una sucesión de períodos secos y lluviosos impredecibles. Las precipitaciones más importantes se producen en situaciones de S. y SE. debido a la posición de las montañas, siendo los Pirineos fundamentales y decisivos para explicar el clima de Sobrarbe. Cuando las borrascas llegan desde el N. y NE. sólo cabe esperar viento, frío y ausencia de lluvias.

El paisaje del monte de Abizanda es armonioso, fruto de la interacción y equilibrio del hombre con su entorno a lo largo de centenares de años. En las últimas décadas y debido a los nuevos tiempos la estabilidad se ha llegado a romper puntualmente, siendo especialmente grave la afección del pantano de El Grado y, en menor medida, la nueva carretera que comunica el Somontano con Sobrarbe; es el precio del llamado progreso. El embalse de El Grado es negativo por anegar tierras y por generar inestabilidad en las laderas de sus inmediaciones. Tiene el aspecto positivo de suavizar las temperaturas mínimas en sus proximidades, propiciando de esta manera una menor incidencia de las heladas tardías en los almendros y el resto de los árboles frutales.
 
Formando parte del paisaje están las casas de Abizanda que son el resultado de siglos de evolución. En ellas hay sucesivas ampliaciones y reformas cuya calidad varía en función del poder económico de sus pobladores. En su mayoría el componente principal es la piedra caliza que es muy resistente, pero mala para ser trabajada y hacer muros dada su irregularidad.


Las piedras de la Torre del castillo son de arenisca calcárea. Como no hay canteras de este tipo de material junto al pueblo, se deduce que fueron transportadas. Rocas similares existen hacia el noreste, en la zona conocida como Arbués.  Creo que por Arbués hubo un antiguo poblamiento que fue abandonado y sus piedras se llevaron hasta Abizanda. El mérito de la Torre del siglo XI es doble puesto que a su construcción hay que añadir el sobreesfuerzo de transportar  y subir las piedras desde un lugar relativamente alejado.