martes, 15 de marzo de 2016

“Han recorrido ustedes la zona peor de la provincia y, seguramente, de España”. Erípol, Olsón, Mondot..., año 1952


Olsón
La comarca de Sobrarbe padeció durante siglos un tratamiento que podríamos calificar de colonial. En el siglo XX, en este territorio, se realizaron infraestructuras hidroeléctricas con las cuales llevaron la electricidad a grandes ciudades como Barcelona y Bilbao. Se construyeron grandes embalses para regar el sur de la provincia de Huesca. No se realizó ningún plan de restitución territorial y se incentivó el abandono de los pueblos.

A partir de los años 70, cuando el desastre humano sobre el territorio era terrible, las cosas comenzaron a cambiar y se fueron imponiendo criterios de reequilibrio territorial.

En el año 1952 la situación era muy mala. Prueba de ello es este escrito realizado a instancia de los poderes políticos provinciales. En el periódico “Nueva España” se daba cuenta de la visita del gobernador civil a la “zona más agreste de Sobrarbe”. En un extenso artículo se dio cuenta de los actos realizados en los distintos pueblos visitados. Veamos parte del contenido de dicho artículo:

En el partido de Boltaña, con sus aproximadamente sesenta kilómetros cuadrados de extensión, es sin duda alguna el peor comunicado, entre sí, en general, de los nueve que componen nuestra provincia. La inmensa montaña de Sobrarbe aloja, colgados en sus picos, una gran cantidad de pueblos, pequeñas y diminutas aldeas. Agrupaciones en su mayoría sin comunicación alguna trazada por la mano del hombre y sin más conocimiento de las modernas conquistas de la civilización que las que le llega a través de la prensa, los mozos que regresan de cumplir su servicio militar, los curas y maestros -misioneros beneméritos ambos en aquellas serranías- de alguna muchacha que fue a servir a Barcelona o Zaragoza. Para encontrar una instalación de alumbrado eléctrico hay que recorrer frecuentemente a caballo, o a pie, cuando la cabalgadura falta, jornadas interminables de sol a sol, interminables en el tiempo y dolorosas por pesadas en el espacio. Es frecuente encontrarse en trayectos de pueblo a pueblo sin vestigio alguno de pisadas humanas. El conocimiento de que vive alguien se desprende de la observación de tierras cultivadas. Así, pues, nadie que no sea nativo puede trasladarse de un lugar de éstos a otro por una línea señalada de antemano. Se nos imagina que las sendas las deben llevar y las llevan, qué duda cabe, en su imaginación y en la costumbre: un pino determinado, una roca de características especiales, aquella mata baja, el otro corro de romeros y el arroyuelo aquel, les indican que por allí pasaron muchas veces sus padres, que por allí han pasado ellos en mil ocasiones y que por allí depende pasar ahora. La brava y soberbia orografía del no menos reino de Sobrarbe, no permitió, al parecer, que en sus rocas –pues eso son en gran parte los caminos- quedara marcada huella de pie o de herradura. Y nadie se eche las manos a la cabeza y piense que exageramos, que mentimos tal vez. Seguramente serán muchos los vecinos de Huesca que por haber visitado algunas de las zonas que más adelante se citan, avalarán la verdad de nuestra información. Sin ir más lejos, ayer mismo saludamos en la capital al alcalde de Labuerda quién nos manifestó que nunca creyeron que el gobernador pudiera en modo alguno terminar con éxito su plan de visita. “Han recorrido ustedes –nos dijo- la zona peor de la provincia y, seguramente, de España. Lo es tanto que nosotros mismos lo pensamos mucho antes de iniciar un viaje de esa naturaleza, y lo hacemos dos o tres veces en la vida, ha de ser por necesidad imperiosa, y desde luego aguardando a que el tiempo escampe, en modo alguno nos embarcamos por esas rutas con las tronadas que ustedes han sufrido”.

Y de lo arisco de la ruta, no es lo peor la tierra firme. Lo malo, lo verdaderamente grave son los barrancos, esos accidentes del terreno completamente irregulares en sus lechos y en sus trazados, abiertos en las montañas y en los valles por la misma fuerza de las aguas de aluvión. De ordinario secos o poco caudalosos, los días 4, 5 y 6 ofrecían aspecto impresionante. En una palabra, bajaban “gordos” –según la expresión de los naturales-, como pocas veces habían visto. Uno de ellos, el Isola, presentaba cariz tal que las bestias se negaban a vadearlo, y los mozos hubieron de emplear toda su energía para hacerlas cruzar tirando ellos del ramal y con agua al pecho.

Cierto que no todos los caminos son pésimos, algunos hay hasta cómodos, hábiles incluso para coches cuando no llueve; la pista de varios kilómetros de longitud ejecutada por doce vecinos heroicos de Mondot, que enlaza su pueblo con la carretera de Arcusa, es un ejemplo muy digno de destacar el loor de los laboriosos montañeses que la construyeron. Pues bien, a través de esta teoría de piedras y pedruscos, ontinas y romeros, barrancos y ríos, y bajo tormentas impresionantes, cabalgó el jefe provincial del Movimiento en compañía del Presidente de la Diputación, del inspector provincial del Movimiento –éste el primer día nada más-, de los delegados del Frente de Juventudes, Vieja Guardia, ex Combatientes, diputado provincial por Boltaña, inspector de la zona camarada Ibarra y este periodista, por espacio de dos días y medio y en jornadas de 8:30 de la mañana a 10 de la noche con las consiguientes intermitencias de los pueblos que visitaba y que más adelante citaremos, donde pronunció discursos, dio alientos, se interesó por los problemas locales, en su afán de conocer la provincia y para cumplir la promesa hecha a las autoridades de aquellas aldeas de visitar a sus moradores en sus propios hogares… (continuará)

 

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