Hoy rescato del olvido un bello y
emotivo texto que me ha sido enviado vía email (muchas gracias) escrito por una
maestra que estuvo en Olsón a mediados del siglo XX, en dos cursos, comenzando
el año 1949. El texto fue escrito unos 14 años después de su llegada a Olsón
La Maestra en cuestión era religiosa,
creyente, y su actuación estuvo muy condicionada por ello. Independientemente
de que uno sea creyente o no, de que esté de acuerdo o no con las actividades
de la maestra, es indudable que el escrito tiene para Olsón un interés
histórico de primera magnitud. El que lea el texto comprobará que la felicidad
poco tiene que ver con el dinero.
El texto original está mecanografiado
y es acompañado por varios dibujos y tres fotografías. A continuación el
escrito de TERESA SANMARTÍ, maestra que fue de Olsón.
OLSÓN
(HUESCA)
LA ESCUELA
COMO CENTRO ESPIRITUAL DE SUS HABITANTES.
Escuela Mixta
– dos cursos.
POR TERESA SANMARTÍ
Olsón es un pueblecito situado en la provincia
de Huesca, partido judicial de Boltaña, a dos horas de la carretera de
Barbastro a Boltaña, con caminos vecinales que en algunas ocasiones están
borrados y convertidos en senderos o caminos de cabras.
Vivían en el pueblo, por aquel
entonces, año 1949, unos 50 o 60
habitantes, repartidos en 10 o 12 casas que, aunque diseminadas estaban
agrupadas formando 5 o 6 barrios.
Recuerdo perfectamente mi primer
viaje y la enorme ilusión con que me dirigí a mi destino. Salí a las ocho de la
mañana de Barcelona en el tren de Correo. Llegué a Barbastro a las cinco o las
seis de la tarde. Pernocté allí y al día siguiente, de buena mañana, con el
coche de línea que se dirigía a Jaca, me apeé en el Mesón de Ligüerri. Dos caballerías
me esperaban: un burrito gris y trotón (a lo Platero) para mí y otro más
concienzudo para el equipaje. Después de dos horas de andar monótono y cansino,
llegué al pueblo.
No había por aquel entonces comodidad
alguna en el pueblo; además de no tener carretera, carecía también de luz y
agua, dos cosas tan importantes que parece que no podamos vivir sin ellas.
En invierno, a las cinco, era ya de
noche. ¡Cuán largas eran las noches invernales! Cuando oscurecía, a la luz del
candil no se podía trabajar, ni leer ni escribir, me sentaba al lado del fuego,
un fuego enorme que desprendía también gran cantidad de humo y me distraía
tocando tonadillas con la armónica. Muy pronto, y casi a oscuras, a la
simplísima luz del candil, iba a dormir. Como hacía mucho frío había muchas
mantas en la cama, pero las mantas, así como las sábanas, eran tejidas e
hiladas por las mujeres de allí, pesaban mucho, tanto que a las seis de la
mañana no podía dormir de tan cansada. Al percibir el primer rumor en la cocina
me levantaba y … ¡A escribir cartas, a ponerme en contacto con mi mundo! …
A pesar de todos los inconvenientes
que representaba para mí la falta de carretera, luz y agua, me incorporé a mi
tarea con gran ilusión. Quizás precisamente por ser un cambio tan brusco en mi
vida, lo acepté con alegría y con deseos enormes de hacer, hacer y hacer y…………
realmente hice.
Los moradores se prestaban a ello. Eran
gentes sencillísimas, buenas, limpias; con esa limpieza de su manera de ser,
limpieza en la que no hay sombra de bajeza ni doblez. Todo lo relacionado con
sus vidas y costumbres me chocaba: iban a lavar al río, transportaban el agua
con cuatro cántaros por caballería, amasaban el pan cada quince días (a mí,
como me gustaba tierno, los que amasaban me regalaban uno pequeñito, para mi
consumo diario)
Estaba la escuela en una plazuela. El
aspecto exterior del edificio era deprimente. No obstante la sala dedicada a
escuela, a clase, era amplia, llena de ventanas grades en las cuatro paredes. Todo
el material se componía de cuatro mesas cuadradas capaces para 32 alumnos y una
estufa en el centro de la clase.
La matrícula la integraban 10 o 12
alumnos entre niños y niñas, cuyas edades oscilaban entre los 6 y los 12 años. Todos
ellos buenos y cariñosos, serviciales e inocentes, acostumbrados a la vida dura
y de sacrificio. Todos ellos contentos y satisfechos con su joven Maestra.
Fue nuestro primer afán el de
embellecer la escuela: blanqueamos las paredes y pintamos las mesas, llenamos
de flores las ventanas y colocamos macetas en el centro de las mesas y algunos
frisos hechos por los mismos niños y colocados con gracia dieron una nota
simpática y agradable a nuestra escuelita. Y ya entonces………. ¡A trabajar! Todos
deseaban hacerlo, pero los niños tenían demasiadas ocupaciones: ayudaban en las
tareas del campo, llevaban la comida a sus padres, apacentaban a los corderitos
pequeños que no iban aún con el pastor, precisamente por ser muy pequeños. Pero
yo me amoldé a ellos.
Todas las mañanas, antes de venir a
la escuela, los pequeños habían llevado ya el almuerzo a sus padres, sacando
luego a la plazuela, cada uno de ellos, los animalitos (ovejas y cabras) que
debían ir a pacer. Un pastor, contratado por todos los habitantes del pueblo,
recogía las ovejitas de todas las casas, que le entregaban los niños, y se iba
al campo donde permanecía todo el día, hasta el anochecer, momento en que
volvían de nuevo los pequeños a recoger cada cual sus ovejas. Luego, después de
haber entregado las ovejas al pastor, podían asistir a la escuela. No obstante,
cuando era tiempo de trabajo fuerte, los mayorcitos no asistían; pasaban todo
el día entre los quehaceres del campo. Por este motivo, y a causa de los
poquísimos alumnos, la enseñanza se daba casi de manera individual, con adaptación
completa y total de la Maestra a las necesidades de la escuela y alumnos.
Pronto todo el pueblo se interesó por
la escuela y por lo que allí se realizaba, pronto sintieron todos curiosidad
por averiguar la causa de la alegría y felicidad que reinaba en ella y se
estableció una corriente de simpatía entre pueblo, escuela y Maestra. Fue la
Escuela no como un canal por donde pasaban y discurrían las enseñanzas,
orientaciones y formación, sino más bien como una concha desbordante que
quedándose llena podía dar y daba a los demás.
Y ya desde entonces celebramos y conmemoramos
en común, escuela y pueblo, pueblo y escuela, los momentos más solemnes del
año: Mes de Mayo, Primera Comunión, Cuaresma y Semana Santa y, finalmente, la “Ronda”
de los niños, en honor de los mayores y la cooperación de todos para el bien de
la escuela.
Organizamos varias veladas
recreativas, montamos un escenario en la misma escuela (era lo suficientemente
amplia) con cuévanos, tablones, sábanas y cubrecamas, y en él mostraron los niños
al pueblo todas sus actividades: cantos rítmicos de Llongueras, escenificaciones
de poesías y la representación del coro, bastante afinado, con que contaba la
escuela…
La iglesia estaba situada en un montículo
desde el cual se divisaban los distintos “barrios” que integraban el pueblecito,
a pesar de estar lejos y escondidos. Junto a ella estaba el pequeño cementerio
que apenas se abría; tenía unas hierbas tan enormes que impresionaban.
El sacerdote encargado de aquella
parroquia tenía a su cuidado 20 pueblos, por cuyo motivo solamente podíamos oír
Misa cada 4 o 5 domingos. Cada domingo repartía el horario de las Misas de
manera distinta, a fin de que no siempre tocase madrugar a los mismos, por cuyo
motivo cada uno de estos cinco domingos la Misa la celebraba a las 5 de la
mañana. Naturalmente, en invierno aún era noche oscura y se necesitaba una fe
muy grande y muy buena voluntad para no dejar de asistir a ella.
Pedí al sacerdote dejase al Señor
entre nosotros, a fin de poder tener compañía y consuelo en el pueblo (el
Sagrario permanecía vacío) Me comprometí a no dejar nunca apagar la luz de la
lámpara y a llevar a pequeños y mayores a visitar al Santísimo y así quedó el
Señor entre nosotros durante el tiempo de mi presencia. El pueblo se alegró con
este acontecimiento y andaba siempre con deseos de llevar el aceite para la
lámpara.
Había en el altar escasas velas
cuando teníamos Misa, por cuyo motivo, los niños y yo, con la cera virgen (allí
había mucha miel) derretida al sol y trabajada, fabricábamos las velas para la
iglesia. Las velas eran completamente amarillas como la cera y con un intenso
olor a miel, pero era lo único que teníamos.
Durante el mes de mayo, un domingo,
de buena mañana, de madrugada, los mozos iban a cantar por las puertas de las
casa, “la despierta”, cantos que previamente habían ensayado conmigo, para
rezar, poco después, el Rosario de la Aurora, recorriendo los distintos “barrios”
y caseríos del pueblo. Confeccionamos farolillos de vistosos colores y un
pendón hecho provisionalmente con la estampa de la Virgen de la escuela. Como siempre
y a todos los actos que organizaba, acudió todo el pueblo. Las puertas de las
casas permanecían cerradas hasta nuestro regreso. Mientras tanto, el pueblo
entero se llenaba de cantos y gozos, con la sensación especial que dan las
cosas nuevas que se hacen con ilusión.
NAVIDAD. Las fiestas de Navidad
procuré ambientarlas ya desde días anteriores. Fui preparando primero a mis
niños para que ellos transmitieses sus ansias a los mayores y realmente lo
hicieron bien, muy bien. Nunca habían visto ningún Belén. Pedí las figurillas
de mi casa y monté un espléndido Belén, y digo espléndido porque no faltó musgo
ni montañas (lo más difícil de encontrar en la ciudad). Fue como la plasmación
del mismo pueblo sobre una mesita. Los niños estaban encantados y los mayores,
en cuanto lo vieron, no cesaban en sus admiraciones. Quedaban extrañadísimos en
ver las “güellas” (ovejas) tan pequeñas y “os zagals” (los zagales) con sus
rebaños. Todos los domingos, antes de Navidad, pasaban por la escuela por la
tarde para ver el Belén y cuando me marché de vacaciones quedó montado y a
disposición para celebrar los días navideños con cantos y alegría. Un domingo
por la tarde organicé la Fiesta de Navidad, que consistió en la escenificación
de un trozo evangélico: La Anunciación, la posada de Belén, el Nacimiento… y finalmente
la adoración de los pastores con los consiguientes cantos de villancicos y
recitación de poesías. Naturalmente asistía el pueblo entero: hombres y
mujeres, niños y niñas, mozos y mozas.
SEMANA SANTA. CUARESMA. También la
escuela fue el centro en los días Santos y en la Cuaresma. Para que todos
viviesen la tragedia del Calvario, me pareció oportuno el invitarles a rezar,
cada día al anochecer, el Vía Crucis en la misma iglesia. Y así, con la
aprobación de todos, se rezó y cantó diariamente el Vía Crucis. Al anochecer,
con algunos pequeños, de los que por serlo tanto hacían estorbo en casa, me
subía al “tozal” donde está la iglesia. ¡Qué hermoso era todo en abril!. Todo
mi ser se llenaba de intensa paz al contemplar el campo tan bello en aquella
época. Subía al campanario y tocaba las campanas a toque de aviso. Al oírlo,
toda la gente se ponía en movimiento. Los hombres en el campo recogían sus
aperos, las mujeres preparaban la cena y el pastor recogía su rebaño para
devolver las ovejuelas a los pequeños pastores. Las distancias donde se encontraban
los que trabajaban eran largas, pero como yo desde lo alto divisaba bien sus
movimientos, sabía cuándo iba a hacer sonar las campanas para el segundo aviso,
lo cual sucedía exactamente cuando veía llegar al pastor a la plaza. Entonces los
niños llevaban corriendo a sus ovejitas a los corrales y con sus padres y
madres empezaban a subir a la iglesia. Mientras tanto, ya había anochecido y
para alumbrarse llevaban como unas antorchas confeccionadas con unas hierbas
especiales fuertemente atadas. Era un espectáculo realmente impresionante el
contemplar, desde lo alto de la iglesia, como a manera de pequeños gusanos de
luz, a todo un pueblo que iba apareciendo por los distintos caminos en busca de
Dios. Allí, realmente, estaba Él. Allí y en cada una de las almas de aquellas
buenísimas gentes. Cuando habían llegado todos, y luego de percatarse de que no
faltaba nadie, hacía sonar por última vez las campanas y el Vía Crucis era
rezado con unción de todos. Cantábamos las estaciones y al finalizar cantábamos
también el Credo. Luego, charlando y comentando los acontecimientos del día,
volvíamos a nuestras casas.
Los días de Semana Santa, como me había
dicho el Sr. Cura que no podía subir ningún día, me quedé con ellos y no me
vine a Barcelona. Montamos entre todos un espléndido Monumento (con el
Santísimo en el Sagrario, naturalmente) con gran profusión de luces y los días
Santos, subimos todos a la iglesia donde les leí el Evangelio de la Pasión,
cada día de un evangelista distinto. Esto, al parecer sin importancia, les
hacía sentirse como si realmente hubiesen tenido ya conmemoración de Semana
Santa. El sábado de Gloria, con todos mis muchachitos, subimos al campanario e
hicimos voltear las campanas con tanto empeño que hasta en los pueblos vecinos
se percataron que en Olsón pasaba algo. No, no pasaba nada, simplemente celebrábamos
la Resurrección de Cristo.
En verdad es hermoso, muy hermoso,
hacer las cosas para que los demás se sientan felices. Creo que si muchos
religiosos: sacerdotes y religiosas lo comprendiesen así, no estarían aquellos
pueblos tan abandonados. ¡Tenemos tanto por misionar en España!
Ya, durante los últimos tiempos que
estuve allí, pensé (¡había tanto tiempo para pensar!) que debía hacer algo para
proveer la escuela de material, y con los niños ensayamos varios cuentos
regionales (nos gustaba mucho cantar) y luego pusimos letra con música de jota
a unas tonadas dedicadas a cada uno de los “barrios” o caseríos del pueblo. Una
vez bien ensayado todo, nos fuimos a recorrer el pueblo. Llevamos con nosotros
algunos cestos y para acompañar nuestras canciones: panderetas, castañuelas,
algunas esquilas del ganado y una guitarra. Nos deteníamos frente a cada “barrio”
y entonábamos primero un canto regional y luego la jota a ellos dedicada;
precisamente en este momento se me ocurre alguna:
En
el barrio de la Fuente
les
venimos a cantar
la
escuela no tiene mapas
no
podemos estudiar
no
podemos estudiar
la
escuela no tiene mapas
Señor
Alcalde Mayor
por
primera autoridad
le
venimos a cantar
por
si nos quiere ayudar
por
si nos quiere ayudar
le
venimos a cantar.
Toda la gente salía a escucharnos y
después nos obsequiaban con lo que tenían comestible, naturalmente, porque
dinero no tenían; y así andando por el pueblo llegamos a recoger bastantes
cosas: huevos, patatas, patas de cerdo, tocino, alguna botifarra, vino etc.
etc. Luego, el domingo, al salir de Misa, aquél día la tuvimos, y ante todo el
pueblo, hicimos una subasta de lo recolectado y sacamos un total de 300 pesetas
que, sea dicho de paso, nos pareció mucho y nos vino de perlas. Compré muchas
cosas (eso de muchas es un decir) que faltaban en la escuela y … al cabo de
pocos días recibí una carta del Sr. Gobernador de Huesca (que se había enterado
de nuestra ronda, so sé cómo) felicitándome y mandando para la escuela un lote
de material. No recuerdo bien ahora lo que había, pero creo que entre otras
cosas había una pizarra, mapas, material para la enseñanza del Sistema Métrico,
libros de consulta para el Maestro y bastantes libros para iniciar una
Biblioteca Escolar.
Durante el invierno, como las gentes no
andaban cansadas, daba, después de cenar, clases a los mayores. Venían a
recogerme y me acompañaban nuevamente.
Hacía allí un frío intensísimo y
nevaba muchas veces. En la Escuela estábamos calentitos. No es que hubiese
mucha leña, no había ninguna. Cada día, cada uno de los niños venía a la
escuela con un par o tres de maderas para quemar por la mañana y otras tantas
por la tarde. Teniendo en cuenta los pocos niños que eran, teníamos solamente
la suficiente. Los días que nevaba y los siguientes en que los caminos
permanecían helados, me acompañaban a clase montada en un burro para que no
resbalase.
Así, entre el cariño de todos,
transcurrieron aquellos dos primeros cursos de mi vida profesional. Es un
periodo que nunca olvidaré y creo yo el mejor. En cuanto a la satisfacción que
produce la labor realizada y el deber cumplido, creo que en ninguna parte ya
podré sentirla tan intensamente.